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PREMIOS HUMANIZAR 2024:

En el marco de las XXIX Jornadas de Humanización de la Salud, celebradas en Ciudad Real, el pasado 7 de noviembre tuvo lugar la ceremonia de entrega de los IX Premios Humanizar. Estos galardones, organizados por el Centro de Humanización de la Salud San Camilo y patrocinados por GSK, reconocen la trayectoria de personas y entidades que destacan por sus proyectos, investigación y divulgación en favor de la humanización de la salud.

Nos complace informar que uno de los premiados fue Miguel Ángel Millán, quien fue director del Programa de Atención a la Vida Consagrada. Recibió este reconocimiento «por su contribución a una mirada saludable del envejecimiento, promoviendo la atención integral y compasiva a las personas vulnerables».

Felicidades a Miguel Ángel Millán por tan merecido premio.

VALENCIA INUNDADA, PERO NUNCA HUNDIDA
Testimonio de Yolanda Moreno Herranz, gerocultora

Era la tarde del 29 de octubre. Varios de los trabajadores del centro Dominicas de Paterna acudíamos a un curso de formación de Primeros Auxilios en Vinalesa. Fue una tarde agradable, el curso se hizo ameno y muy instructivo. Los profesores venían de Zaragoza, y charlando con una de ellas, le comenté que por la noche aprovechara para dar una vuelta por nuestra bella Valencia. Nada nos hacía imaginar lo que muy cerca estaba sucediendo en esos momentos.

Finalizó el curso y todos nos dirigimos hacia casa. Las que íbamos camino de Torrente encontramos una retención kilométrica que nos hizo detenernos. No sabíamos bien qué ocurría, pensábamos que las lluvias habían afectado al tráfico. Poco a poco comenzaron a llegarnos mensajes de familiares y amigos, a pesar de la poca cobertura. Pasó más de una hora sin movernos, cuando, de repente, los móviles empezaron a sonar. Nos asustamos, era una alerta de protección civil que nos instaba a no salir de nuestras casas, pero ya era tarde. Después de unos momentos de nerviosismo, tres coches de la guardia civil nos ofrecieron la opción de seguirlos ordenadamente por el arcén en dirección contraria para salir de allí. Eso hicimos y regresamos al convento, ya que era lo más seguro. La Madre Priora, preocupada, nos había preparado dos habitaciones para pasar la noche allí. Teníamos turno al día siguiente y, aunque aún no éramos conscientes de la magnitud de lo que había sucedido, estaba claro que no podíamos volver a nuestras casas.

Al día siguiente, los mensajes, vídeos y audios que llegaban eran devastadores. Los barrancos se habían desbordado, 77 pueblos afectados, casas perdidas, fábricas destrozadas, parkings cubiertos de agua y barro, mascotas ahogadas, gente incomunicada sin luz ni agua y, lo más doloroso, personas desaparecidas y muchas vidas perdidas, sorprendidas por ese tsunami de agua y lodo del que no pudieron escapar.

Durante los dos días siguientes, todo era incertidumbre. Era imposible entrar o salir de Torrente, Alfafar y otros pueblos donde trabajamos en el Monasterio. Todos los accesos estaban cortados, puentes y carreteras caídos, y había interminables filas de coches. Aunque la responsabilidad de cuidar de las personas mayores y no dejar solas a nuestras monjas era nuestra prioridad, una parte de nuestros corazones estaba también con nuestras familias y vecinos, que estaban quitando barro y escombros, aquellos que lo habían perdido todo o parte de su vida, ya que todos, de alguna manera, nos vimos tocados por esta catástrofe que nadie imaginaba. Sin embargo, aunque tocados, no estábamos hundidos. En esos momentos, la unidad y el cariño entre todos afloraron. A pesar de la tristeza y preocupación, todo resultaba más llevadero porque no estábamos solos.

No voy a negar que hubo momentos de tensión, frustración, impotencia e incluso de sentirnos incomprendidas, pero supongo que es parte de la situación extrema que estábamos viviendo. A pesar de todo, salimos adelante, día a día, poco a poco. Y aunque nos tiemblen las piernas cada vez que vuelve a sonar la alarma de alerta en el móvil, seguimos siendo conscientes de la responsabilidad de nuestra labor y de nuestra vocación: cuidar del prójimo.

Por último, quiero contar lo que experimenté la primera vez que, después de cuatro días, pude volver a Torrente. Además de tardar varias horas en un trayecto que normalmente dura 25 minutos, el panorama era desolador. Todo arrasado, pueblos como Paiporta, Alfafar, Picaña, Catarroja… era imposible creer que el agua hubiera causado tal destrucción. Coches amontonados, destrucción por todas partes, miles de personas que lo habían perdido todo y que tardarán mucho en recuperar su vida normal. Cientos de vidas perdidas, niños… era un nudo en el corazón ver todo aquello.

Pero entre tanta desolación surgían las colas de miles de voluntarios venidos de todos los puntos de España. Jóvenes que cambiaron los móviles por escobas y rastrillos, personas que, olvidándose de todo, fueron a llevar alimentos y agua a los que no podían salir de donde estaban, ayudaron a limpiar casas y calles desde el primer momento, sin que nadie se lo pidiera, poniendo el corazón en sus manos, porque era lo que había que hacer. Ahora, más que nunca, el pueblo estaba salvando al pueblo.

Valencia es la ciudad de la Luz y, aunque sea entre escombros y sufrimiento, no dejará de brillar. Estamos tocados, pero no hundidos. Estoy convencida de que el esfuerzo, la solidaridad y el amor harán que volvamos a flote y resurjamos de nuestras cenizas de barro para volver a ser la tierra de las flores, la luz y el color.

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